martes

EL EîDOS CAPITAL


El gran olvido del Sr. Peel. 

Por Carlos fernández Liria

Los postmodernos se “han olvidado” del capital. Cuestión de memoria. ¡Cuestión precisamente de esa particular “memoria” que Platón llamó pensamiento! La postmodernidad se propone “saber vivir”. Pero, por mucho que uno no pueda “vivir” sin gemir por el paro o sin indignarse ante la tortura, por mucho que uno tenga la honradez de votar “no” a la OTAN o de denunciar el expolio perpetrado al obrero al no subirle un punto más su sueldo, “saber vivir” seguirá siendo, como era para Platón, renunciar al pensamiento. Es decir: renunciar a ese nivel en el que un obrero es un obrero, un banquero es un banquero y un capitalista es un capitalista, ese nivel en el que, situados ante “aquello que hace bellas las cosas bellas” e “injustas las cosas injustas”, podemos por primera vez indignarnos ante la injusticia “invivible” que supone el que un obrero sea obrero, por bien o mal que le trate la patronal. También en la “caverna” son posibles los lloriqueos humanistas antes los banqueros sinvergüenzas, ante los empresarios sin escrúpulos, ante los sanguinarios, crueles, cínicos y mentirosos, ante los torturadores sin entrañas o ante los militares golpistas. Pero sólo “fuera de la caverna”, solo en el pensamiento o en la acción revolucionaria, es posible indignarse ante aquello que hace banquero a un banquero, capitalista a un capitalista, obrero a un obrero y militar a un militar. Por eso hablamos en su momento de una “renuncia al pensamiento”, porque a un obrero se le puede tocar, se le puede matar, se le puede torturar, se le puede subir el sueldo o incluso se le puede besar, pero aquello que hace obrero a un obrero es “invivible”: sólo se puede pensar.

Marx, en El Capital, nos hace el favor de relatamos la triste historia del infortunado empresario Sr. Peel, quien decidió montar una empresa en Nueva Holanda, se llevó en un barco todo cuanto preveía necesario: dinero, máquinas, materias primas…; era tan previsor y tan inteligente -en eso se parecía, en efecto, a nuestros intelectuales: entender, en él nada tenía que ver con pensar- que, para no olvidarse de nada, se llevo también a los obreros. Su agudeza llegó incluso al extremo de embarcar con ellos a sus familias, asegurando así la reproducción de su clase obrera empaquetada. Pero iay! en cuanto atracó la embarcación, los obreros vieron tierras vírgenes y, como por milagro, dejaron de ser obreros de la noche a la mañana: se dedicaron a la agricultura, a la carpintería, edificaron sus propias casas, criaron gallinas, algunos se convinieron en auténticos holgazanes y otros incluso llegaron a la osadía de convertirse en competidores del propio sr. Peel. En eso imitaron a los nativos quienes inexplicablemente, andaban por ahí en taparrabos sin la menor intención de aceptar los contratos de trabajo de ese patrón llovido del cielo. Algo había salido mal. Y es que el pobre Sr. Peel se había olvidado algo en Inglaterra; se había olvidado algo que no se podía tocar, ni ver, ni oler, algo que no se podía transportar, algo que no se podía en absoluto vivir: las relaciones de producción capitalistas. ¡Se había olvidado el capital, qué demonios! Reflexionen ustedes y advertirán que el sr. Peel había embarcado todo cuanto un capitalista y un obrero pueden vivir en la sociedad capitalista. Y, sin embargo, se había olvidado, precisamente, el capital: se había olvidado esa violencia sangrienta, esa violencia radical y absoluta, por la que la población inglesa había sido expropiada brutalmente de sus condiciones generales de trabajo. Esa violencia que era el único secreto por el que un hombre es, además de hombre, un obrero. Se había olvidado esa violencia “invivible”, invivible ya en Inglaterra para ningún obrero, para ningún capitalista, pues era precisamente -paráfrasis de Platón- aquello que hacia obreros a esos obreros y capitalistas a esos capitalistas. Esa violencia es previa a cualquier obrero, previa a todas las vivencias, porque es la que define precisamente que quien vive es un obrero. Peel había empaquetado a sus obreros, dejándoles vivir, vivir incluso una vida familiar, y sin embargo, se había dejado en Inglaterra el ser de sus obreros. Lógico: el sr. capitalista Peel no podía sino olvidar aquello que le hacía capitalista (capaz de olvidar, capaz de recordar otras cosas, menos esa): a su vez, los obreros, por definición, era lógico que fueran incapaces de recordar en Inglaterra, único sitio en que eran obreros, aquello que les hacia ser obreros.
¡El sr. Peel se había olvidado, precisamente, de recordar! De recordar aquello-que-merece-ser-recordado-por-excelencia, ya que es algo que, sólo se capta en el recuerdo, siendo como es invisible, intocable, invivible. Aquello que es por naturaleza anterior es el concepto. La próxima vez que se encuentren parpadeando como idiotas ante la tesis platónica de que “conocer es recordar”, piensen en el sr. Peel y se darán cuenta de que lo único que había olvidado concebir su inteligencia era el concepto y lo único que se había quedado en Inglaterra era el capital -esa violencia material expropiadora de las condiciones generales de trabajo. No se preocupe, que eso no quiere decir que los obreros, las piedras y su ombligo estén hechos de algo así como de un aire mental. Eso significa solo que mientras usted pretenda seguir hablando por los codos, mientras usted siga opinando sobre todo, mientras siga empeñado en “saber vivir”, usted jamás podrá pensar y jamás podrá conocer la realidad: porque la ldea (el concepto) no se puede tocar, ni beber, ni oler, ni meter en su cabeza.  De ahí que Platón acertara al decir: precisamente porque el ser no se puede vivir, sólo ha de poderse pensar. Usted puede vivir esto o lo otro, puede introducir en su cabeza hasta la imagen de una locomotora, pero jamás un concepto que explicite el ser de algo podrá penetrar en su cabeza cuando el ser es por naturaleza lo anterior a usted. Por eso, si alguna vez quiere usted montar un negocio en Nueva Holanda procure no introducir en su equipaje tan sólo aquellas cosas que “tiene en la cabeza”, por muy previsor que se considere: acuérdese de pensar, acuérdese de preguntar ¿qué es? o se olvidará… hasta de recordar.
¿De recordar qué? De recordar que no hay obreros más que allí donde una sangrienta mano asesina ha arrebatado a la población sus condiciones de existencia. No se olvide, pues, los fusiles; dispare contra todo holgazán en taparrabos que se conforme con comer plátanos y tocar la guitarra, encarrile por medio de la policía la ley natural de la oferta y la demanda de trabajo, destruya sus medios de producción o aprópieselos por la fuerza y cuando la población ya no pueda sino suplicarle un trabajo o morir de hambre, satisfaga su libre elección con una sonrisa. Eso ES el capital. ¿No se acordaba? Eso ES esta sociedad, aunque hoy en día, puesto que nosotros ya somos obreros, puesto que ya no hace falta que nos arrebaten algo que ya nos han arrebatado, no podemos, por nuestra parte, sino recordarlo, lejos ya de nuestras vidas, como aquello que día a día nos define en una vida anterior a nosotros.
A quienes digan que no consideran preciso estar constantemente haciendo alusión al capital para enjuiciar los mil variopintos aspectos de esta sociedad, les sugiero unos minutos de reflexión sobre este triste episodio relatado. Olvidar un concepto supuso para el sr. Peel la ruina de un gran negocio; es cosa de preguntarse hasta qué punto ese mismo olvido no estará suponiendo la ruina de todos esos pequeños negocios que son nuestras vidas. A ver si va a resultar finalmente que “saber vivir” supone, al tiempo que olvidarse de saber, olvidarse también de vivir.

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